Теоретическая грамматика испанского языка: морфология
2. Clasificación de los sustantivos

Partiendo de la división semántica fundamental los sustantivos pueden ser clasificados así:

Nombres concretos y abstractos

Los concretos son los nombres de los seres u objetos que tienen una existencia real: casa, perro, joven. Los abstractos son los nombres de las cualidades o fenómenos, mentalmente separados o abstraídos de dichos seres u objetos: grandeza, valentía, hermosura, etc. Una misma cualidad podemos encontrarla en varios objetos; por ejemplo, la blancura — en la leche, en la nieve, en el algodón. Sin embargo no podemos separar ni aislar esta cualidad de un modo material de ninguno de los objetos que la poseen. Esta separación puede hacerse sólo por el mecanismo mental que se llama abstracción.

Entre los sustantivos abstractos de cualidad hay gran número de nombres derivados de adjetivos, porque las cualidades se expresan por adjetivos: inteligencia, audacia, vejez, etc. Del mismo modo, como los procesos (fenómenos) se expresan por verbos, los abstractos de fenómeno suelen ser derivados de estos verbos: movimiento, alabanza, llegada, etc.

Los abstractos de cantidad se representan por los abstractos numerales, que indican un determinado número de objetos: par, docena, decena, centenar, etc, y por los abstractos indefinidos, que indican una agrupación de objetos, cuyo número es impreciso: grupo, montón, puñado, serie, conjunto, etc.

No existe criterio uniforme para distinguir los nombres concretos de los abstractos. Asi, pues, se consideran concretos los nombres de objetos independientes, y abstractos los que no ofrecen esta particularidad. Mesa o libro serán de acuerdo con este criterio concretos, pues son denominaciones de objetos independientes; delgadez o belleza son abstractos por denominar la cualidad de objetos, es decir, son dependientes. Los nombres de cualidades y acciones, serían, pues, así, nombres abstractos.

Por otra parte, suelen llamarse concretos los objetos que podemos percibir por los sentidos o representárnoslos imaginativamente (mesa, libro, diablo), y abstractos los que solo se comprenden por la inteligencia (amor, ira, bondad). Pero aquí vemos algunas contrariedades. Según dicho criterio resulta que los sustantivos luz y olor serán concretos, pero según el criterio anterior serán abstractos. En realidad estos dos criterios forman un criterio mixto.

Podemos también basarnos en el criterio formal. En español, por ejemplo, tenemos los sufijos -era, -ura, -ez, -dad que son propios de los sustantivos abstractos. Pero los sufijos no son bastante expresivos ni suficientes. Otro criterio formal es que los nombres abstractos no admiten el plural, a no ser cambiando de sentido: belleza — bellezas, amistad – amistades, etc.

Nombres comunes y propios

Desde el punto de vista formal los nombres propios no ofrecen rasgos especiales: Teresa – marquesa, Rodrigo – trigo. Pero es de importancia el comportamiento respecto al artículo.

En español, es excepcional el uso del artículo con los nombres propios, puesto que éstos están suficientemente individualizados. Tampoco admiten pronombres determinativos porque son las palabras que menos necesitan determinarse. Volviendo al problema de la verdadera naturaleza significativa de los nombres propios, tenemos que asegurar que los nombres propios no definen una clase de seres u objetos. Esta clase de sustantivos son los más individualizados y ocupan el lugar opuesto a los nombres verdaderamente comunes, o apelativos, que son los que pueden aplicarse a una pluralidad de seres u objetos de la misma clase. Los comunes son referidos a una pluralidad de objetos análogos: silla, mesa, máquina, árbol. Los propios, a su vez, son individualizados: Toledo, María, López. Pero los propios pueden servir también para designar una serie de objetos o personas para diferenciarlos de los demás. Con este objeto se usan apellidos, nombres de personas, nombres geográficos, etc. Los propios se representan por numerosos grupos de nombres: antropónimos (nombres de personas), zoónimos (de animales), topónimos (geográficos), etc.

Comparable con el empleo de nombres propios es el empleo de aquéllos que, aunque no son propios, son muy individualizados dentro de un círculo limitado. Por ejemplo el padre, la madre, la abuela son los únicos que existen en una familia determinada y adquieren el valor de sustantivos propios. Asimismo los sustantivos sol o luna siendo comunes, sirven para nombrar objetos bien individuales.

La distinción entre nombre común y propio radica en la manera de designar los objetos. El nombre común o apelativo nombra a su objeto fijándolo por medio de sus cualidades; el nombre propio no alude a las cualidades, aunque puede contener cierta información de su objeto.

Nombres genéricos y de materia

En muchas gramáticas españolas sustantivos genéricos se entienden como comunes. En cambio, R. Lenz, R. Seco u otros en vez de considerarlos sinónimos, llaman genéricos a una subdivisión de los comunes, distinguiéndolos de los materiales.

Nombres genéricos se entienden como aquellos que designan un grupo de individuos con las cualidades que los distinguen de los demás: silla, calle, animal, coche.

Los nombres de materia no designan ningún objeto determinado, sino una masa indefinida, sin forma ni extensión: cobre, trigo, agua, vino, sal.

Nombres individuales y colectivos

Si el nombre individual se refiere a un individuo cualquiera, y el colectivo se refiere a un cierto grupo o conjunto de individuos de la misma especie. Compárense a este respecto: navio – flota; roble – robledo: abeja – enjambre; sacerdote – clero; campesino – campesinado. Estos colectivos se refieren a conjuntos de personas o cosas numéricamente indeterminados. Otros colectivos, como, por ejemplo, matrimonio, trio indican seres numéricamente determinados.

En contraste con éstos que son colectivos propiamente dichos, hay una serie de nombres de materia que son colectivos impropios y pueden pasar metafóricamente a designar conjuntos, pero solo en singular y para situaciones muy concretas: la plata, la porcelana, la loza (los objetos de plata, porcelana o loza que pertenecen a un ajuar); la cuerda, la madera, el metal (lea: instrumentos de cuerda, madera o metal que forman parte de una orquesta).